El monje Thomas Merton decía: «La vida espiritual consiste en amar. No se ama porque se quiera hacer el bien, o ayunar, o proteger a alguien. Si obramos de ese modo, estamos viendo al prójimo como un simple objeto, y nos estamos viendo a nosotros como personas generosas y sabias. Esto nada tiene que ver con el amor. Amar es comulgar con el otro, es descubrir en él una chispa divina.»
(Del libro A orillas del río Piedra Me senté y lloré de Paulo Cohelo.)
Aplíquense este fragmento del libro, aquellos que van de salvadores desinteresados, y corren prestos a colocarse ante los micrófonos o las cámaras en cuanto han hecho algo digno por el prójimo. Parece ser que ganarse hoy en día un lugar en el cielo o una canonización, pasa ante todo por la imagen.
Estos sujetos, antes que santos, son "expertos en imagen". Baste rascar un poco en su piel y se decubre el fráude.
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